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Imagen: César Mejías

Los idiomas también merecen descansar en paz

Las lenguas tienen un valor patrimonial indiscutible. Pero, ¿vale la pena invertir dinero y esfuerzos para mantener vivas lenguas que nadie habla? Aquí una visión más allá de lo “políticamente correcto”.

Por Joaquín Barañao | 2018-02-08 | 15:00
Tags | idioma, lenguas, lenguajes, patrimonio, cultura, preservación, educación, valor
Con esfuerzo podríamos solventar la estadía de idiomas moribundos en la UTI, pero, ¿habría voluntad transgeneracional de hacerlo para siempre?
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Deambulando por Arica, fui a parar a una asamblea ciudadana. Un grupo de personas discutía en plena plaza principal mecanismos para salvar el idioma aimara. Las propuestas iban desde carteles bilingües en los servicios públicos hasta la infaltable inclusión en los currículums escolares.

Mientras las ideas fluían, yo pensaba, ¿no habría que partir por preguntarse si acaso vale la pena el salvataje antes de sentarse a conversar la estrategia del mismo? Sé que a la mayoría esto le parecerá un sacrilegio. Bien vale una reflexión.

La UNESCO ha advertido que de los cerca de 6.000 idiomas que hoy se hablan, la mitad está amenazada, y que diez mueren cada año. Es indiscutible que con ello se pierde un gigantesco patrimonio cultural. Cada lengua son miles de años de evolución, y cada una encierra tesoros lingüísticos. Los idiomas son depositarios de un grado de diversidad que solo la herencia de incontables generaciones es capaz de legar.

Por ejemplo, la palabra en navajo para "teléfono móvil" es bil n'joobal' o "lo que se usa para dar vueltas en círculos", pues describe a quien se mueve de esa manera tratando de obtener señal. En tshiluba del sureste de República Democrática del Congo encontramos ilunga, que significa "Una persona dispuesta a perdonar cualquier abuso la primera vez, perdonarlo la segunda vez, pero nunca una tercera". Sexo anal en idioma yanomami se dice Lizo-mou, o "hacerlo como Lizot", una referencia al antropólogo Jacques Lizot de quien lo aprendieron.

Quizás es el ejemplo más notable es mamihlapinatapai, del idioma yámana de Tierra del Fuego, que significa “Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar”. Hay cierto grado de consenso de que mamihlapinatapai es la palabra más sucinta conocida. ¿Alguien podría poner en tela de juicio que su sola existencia hace del mundo un lugar mejor? Es triste enterarse de que el yámana hoy es hablado por tan solo un ser humano, Cristina Calderón, de 89 años de edad. Cuando muera, la lengua se irá con ella.

En otros casos, son las escaseces lexicográficas las que ofrecen espacios de reflexión. La etnia australiana de Guugu Yimithirr desconoce conceptos egocéntricos para proveer direcciones (arriba, atrás, derecha, etc.) y sólo utiliza puntos cardinales. Se les oyen oraciones tales como "hay una avispa al norte de tu zapato" o "muévete al este que me tapas la TV". El islandés carece de una genuina palabra para bisnieto, y en lugar de ello dicen "barnabarnabarn", o "niñosniñosniño".

Sí, el acervo cultural contenido en el lenguaje es invaluable. Y sí, su pérdida es dolorosa.

Pero al evaluar políticas públicas para preservar un idioma desfalleciente hay que ponderar no solo los beneficios, sino también los costos. Partamos por reconocer que la agonía solo es posible si pierde su valor práctico, pues de otro modo viviría de forma espontánea. Luego, no perdamos de vista que las políticas públicas de preservación serán siempre a costa de algo, ya sea dinero de los contribuyentes, tiempo hábil de los estudiantes, u otro.

El salvavidas más comúnmente mencionado es la inclusión obligatoria en los currículums escolares. No es gratis. Algo se dejará de enseñar para hacer el espacio. Si en las escuelas enseñamos aimara, mapudungún o rapanui, esos chicos necesariamente sabrán menos matemáticas, historia o –la comparación más justa- inglés. Sería una imposición nostálgica de los adultos a los niños: instruirlos en una herramienta de poca o nula utilidad práctica a costa de los instrumentos que sí necesitan en la era de la globalización y la información.

Nadie discute que quien manifieste interés personal merece su espacio, pero cosa muy distinta es instaurarlo a nivel transversal por la vía de la autoridad.

Démosle una segunda vuelta

La primera reacción suele ser escándalo. “Tanta riqueza cultural no se puede perder”, piensan muchos, “es responsabilidad de nuestra generación”, arguyen otros. Seamos honestos: salvo un puñado de lingüistas, el resto de los mortales jamás dedicamos un solo minuto de nuestras vidas a explorar el patrimonio del yámana o del tshiluba

El tesoro está ahí, a unos pocos clics de distancia, pero preferimos gastar nuestro tiempo en ir al cine o tomar cervezas con nuestros amigos. A duras penas batallamos con el inglés, y muy pocos se aventuran en otras lenguas. Muchos rasgarían vestiduras al enterarse de que el yámana morirá sin que se lo enseñe los niños de Navarino. Pero son, en su inmensa mayoría, tele-rasgaduras, desde la comodidad de un sillón lejano. De decretarse su auxilio, olvidarían el tema a la semana y seguirían dedicando su tiempo libre a sus pichangas y sus viajes, manteniendo inalterado el tiempo dedicado al legado del yámana: un gran total de cero minutos.

Es cierto que no todo es el valor práctico. En políticas públicas existe un concepto llamado “valor de existencia”. Por ejemplo, las personas muestran disposición a pagar por la no extinción de los osos polares, aunque nunca vean uno. Esto aplica también a los idiomas, sin duda, pero el monto total es muy inferior a los costos de preservación indefinida.

Lo que es más, si en algún momento optamos por priorizar el estudio de este legado por sobre la siguiente serie de Netflix, no es imprescindible que la lengua siga viva. Las maravillas de los idiomas extintos o artificiales están disponibles en distintos formatos, ya sea escrito, sonoro o audiovisual. El latín y el esperanto son prueba de ello. No es lo mismo que una lengua viva, por supuesto, pero es de todas formas más material del que un ser humano puede adquirir en su vida.

La perspectiva que provee el largo plazo

Por último, piense esto con lógica de largo plazo. Solo tiene sentido afanarnos por el socorro si es eterno. De otro modo, ¿qué diferencia haría que el yámana exista por, digamos, 5.000 años o 5.200? Si la pregunta fuera “cuándo muere” en lugar de “si muere”, la pregunta misma sería más bien irrelevante. Con esfuerzo podríamos solventar la estadía de idiomas moribundos en la UTI, pero, ¿habría voluntad transgeneracional de hacerlo para siempre? ¿Tiene sentido atiborrar en forma paulatina nuestros recursos culturales de enfermos crónicos que no nos van a dejar jamás? Porque, seamos realistas, éxito sería mantenerlos con vida como segunda lengua, estatus que demanda un esfuerzo permanente de enseñanza. Como lengua materna, no hay como revivirlas (solo el hebreo ha logrado esa hazaña, y por una situación política muy, muy especial).

Imagine que el emperador Augusto hubiese decretado que los idiomas no pueden morir y que sus deseos hubieran sido respetados en forma indefinida (algo del todo inverosímil). Llevaríamos dos milenios machacando a los estudiantes europeos el aprendizaje del godo, dálmata, celta, parto, y un etcétera cuasi infinito. Y por toda la eternidad futura.

Más aún, ¿alguien cree plausible una continuidad institucional tal que lo que se decide hoy se perpetúe por los siglos de los siglos? Incluso si la sociedad del 2018 acordara salvar el yámana, ¿se imagina a la sociedad del año 2418 invirtiendo recursos humanos preciosos en una lengua que para ellos será tan cosa del pasado como para nosotros lo es el chango, existiendo tanta tecnología de archivo de por medio? O en retrospectiva: si Pedro de Valdivia hubiese exigido mantener vivo el chono, ¿se imagina al Congreso Nacional aprobando la glosa “enseñanza del chono” en la Ley de Presupuestos de 2018?

¿Qué hacer?

Cuando una lengua se aproxima a su fin, es crucial llevar a cabo los esfuerzos necesarios para documentarla al detalle, tanto en el plano escrito como oral, de manera que ese patrimonio no se desvanezca de la faz de la Tierra y quede por siempre a disposición de quien quiera consultarlo. Y es más que razonable invertir recursos de los contribuyentes en ello. Pero es responsabilidad de un puñado de lingüistas, no de generaciones completas de jóvenes.

Desde luego, ni por una millonésima de segundo se vaya a interpretar esto como una invitación a implementar esfuerzos activos para censurar idiomas o para apurar su muerte, como de forma brutal hizo Franco en España. Eso es una atrocidad sin nombre. Tampoco debe tomarse como un reproche a esfuerzos de la sociedad civil organizada. Si una ONG hace de su misión la preservación del mapudungún y son capaces de reunir recursos humanos y materiales en el circuito privado, ¡fantástico! El punto es que no se debe imponer la operación de salvataje a la sociedad toda.

Al final, los idiomas son como la vida humana. Una vez que la llama se apaga, lo sabio es aceptar con paz el fin del ciclo, la misión cumplida, la herencia entregada. En lugar de aferrarnos al pulmón mecánico y patalear por una existencia artificiosa, reconozcamos que la hora llegó y abracemos la muerte con entereza.

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Comentarios
José Wielandt | 2018-02-08 | 16:11
5
Pensando en que las culturas, como seres vivos, nacen, se desarrollan, mutan y se expanden, también mueren. No veo la pérdida de un idioma como algo "doloroso" u "horrible" así como la extinción de especies (cuando es una extinción natural) no es algo malo de por sí. Son simplemente cosas que pasan y la vida sigue, las sociedades cambian y el idioma es un reflejo de la sociedad, no veo práctico que se enseñe en los colegios el castellano antiguo o egipcio antiguo. ¿Si un idioma se modifica con el tiempo por qué otros no pueden morir?
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Alvaro Cerda | 2018-02-09 | 16:48
0
Quizá nos sucede que llevamos muchas generaciones hablando los mismo idiomas , por lo que creemos que los idiomas son "permanentes" , inmutables.... pero son lo mas dinámico que hay , basta con observar las diferentes versiones del "español" en latinoamerica , donde la misma palabra se utiliza en forma diferente dependiendo del país... y eso que estamos en tiempo en que todos vamos al colegio y existe todo un macro-sistema para que el idioma se mantenga sin grandes alteraciones a través del tiempo. Según yo (y sin ningún marco teórico que mencionar ), si dejamos a 1000 personas en un lugar sin contacto con otras personas , bastaran unas cuantas generaciones para que el idioma que ellos hablan no lo reconozcamos , por algún motivo que desconozco los humanos vamos cambiando el idioma en forma lenta pero progresiva. ¿ O no w30n ? , si po , si la w3@ es así no ma.
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Esteban Sierralta | 2018-02-10 | 16:32
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estoy deacuerdo habansar no estancarse tiburon que no nada muere.
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