Arquitectura, urbanismo, Pritzker
Imagen: Croquis de la casa Kaufmann (Casa de la Cascada) por Frank Lloyd Wright

6 arquitectos que debieron ganar un Pritzker antes de que existiera

El joven arquitecto chileno Alejandro Aravena, ganó hace una semana el premio Pritzker, considerado el Nobel de la arquitectura. Así como él, muchos arquitectos merecerían el premio, entre ellos, varios de los grandes maestros de la arquitectura, que fallecieron antes de que el premio se inventara. ¿Quiénes lo hubiesen merecido?

Por Gonzalo Schmeisser | 2016-01-25 | 15:23
Tags | Arquitectura, urbanismo, Pritzker
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Hace unos días, quienes estamos ligado al noble y antiguo oficio de la arquitectura despertamos con una de esas noticias que te dejan perplejo por un segundo, te hacen dudar y creer que es broma, hasta que buceas en internet en busca de una fuente fidedigna que te confirma que no lo es.

Alejandro Aravena, arquitecto chileno de sólo 48 años (en arquitectura esto equivale a ser adolescente), fue galardonado con la máxima distinción a la que puede aspirar un profesional de este rubro: el codiciado premio Pritzker.

Desde que se es alumno en las escuelas de arquitectura, el nombre de este premio suena a algo lejano e inalcanzable, que sólo se entrega a arquitectos vanguardistas del primer mundo y que está más allá de lo posible dentro de nuestro estrecho mercado. Algo así como lo que debe sentir un estudiante de teatro respecto del premio Óscar.

El premio, fundado en 1979 por iniciativa del filántropo millonario Jay Arthur Pritzker, ha distinguido a algunos de los arquitectos más notables que ha dado la segunda mitad del siglo XX: Phillip Johnson, Oscar Niemeyer, Frank Gehry, Tadao Ando, Rafael Moneo, Norman Foster, Rem Koolhaas, Zaha Hadid y Jean Nouvel, entre otros monstruos de la arquitectura.

Por lo tanto el mérito de Aravena no es menor, y es que no son pocos los que dicen que ganar un Pritzker es como ganar un premio Nobel. Estaríamos entonces alcanzando una de las cotas más altas en cuanto al reconocimiento mundial de la calidad de nuestros creadores, comparable quizás al impresionante logro de Mistral en 1945 y Neruda en 1971 con el Nobel de Literatura. Especialmente notoria la similitud con la poetisa de Vicuña, puesto que ambos ganaron el máximo premio en el mundo, antes de ganar el máximo premio a nivel nacional.

En fin, al vernos tan cerca de tamaño logro, es inevitable preguntarse - por ejemplo - por qué la Academia sueca nunca se molestó en crear un Nobel de Arquitectura, y por qué tuvo que ser un empresario desligado del mundo académico quién decidiera premiar a los mejores. Y, quizás la más recurrente: ¿quiénes lo habrían ganado de haber existido un premio similar años antes, cuando aún vivían los genios que inspiraron a los actuales ganadores?

No tenemos muchas respuestas lógicas. Pero a modo de homenaje a todos aquellos gigantes que entregaron su vida para cambiar el mundo con su lápiz, su ojo y sus ideas, hicimos esta lista (arbitraria, pero bien intencionada) de seis arquitectos que debieron ganar el Pritzker de haber existido antes

1. Antoni Gaudí (1853-1926)

No es necesario trasladarse hasta Europa para saber quién fue Gaudí y cuál fue la ciudad a la que consagró su oficio: Barcelona es Gaudí. El notable artista catalán fue, sin duda, el más ingenioso e innovador arquitecto que ha dado la última parte de nuestra historia. Fue, además de un genio en el arte de la construcción, un agudo observador de los elementos de la naturaleza, sus formas, colores y texturas. Inspirado por un profundo sentido religioso, Gaudí encontró en la creación de Dios una respuesta y la llevó sin tapujos a una arquitectura que por esos años seguía pegada en el mundo clásico.

Creador de una obra imposible de repetir, Gaudí además representó a aquél hombre romántico que entrega su vida a un ideal. Y es que pasó 43 años de su vida dando forma a su más ambicioso proyecto: el impresionante Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Fue tal su dedicación, que los últimos 15 años de su vida se enclaustró en el subterráneo de la iglesia para no perder detalle. Cuchillo cartonero en mano, pasaba horas modelando maquetas y dibujando bocetos para probar sus teorías físicas sobre los materiales.

Casa Batlló, Parque Guell, Casa Milá, Sagrada Familia (fuente: Wikipedia)

Dicen que era como un monje, que rezaba todo el día, que era huraño, que salía poco, no se bañaba mucho y ni pensaba en afeitarse, cuestión que no lo favoreció aquel 10 de Junio de 1926 cuando fue arrollado por un tranvía en pleno centro de Barcelona, cuando se dirigía – biblia en mano - a rezar a otra iglesia. La historia cuenta que, confundido con un vagabundo, la gente en la calle decidió ignorarlo y nadie le prestó ayuda, siendo recogido por la Guardia Civil e ingresado en un hospital en calidad de indigente. Murió 3 días más tarde.

De haber existido a comienzos del siglo XX, sin duda Gaudí debió ser el primer galardonado con un Pritzker, por la creatividad con la que enfrentó el problema de la arquitectura, por su consagración definitiva a la profesión y por la vigencia de sus innovadoras ideas en el tiempo: la Sagrada Familia aún sigue en construcción y sigue siendo impresionante, única y conmovedora.

Obras recomendadas: Casa Batlló, Casa Milá, Parque Guell, Sagrada Familia

2. Peter Behrens (1868-1940)

Maestro de maestros, Behrens representó la figura de aquel hombre multifacético e incansable, interesado por todo lo que rodea al arte y los oficios manuales. Además, fue el primero –quizás paralelo a Gaudí– en aventurar un tipo de arquitectura distinta a la que se estilaba a fines del siglo XIX.

Antes de fundar su propio estudio –financiado con los aportes del rico senador que lo adoptó luego de la trágica muerte de sus dos padres– trabajó como pintor, dibujante, publicista, fotógrafo, joyero y mueblista, haciendo de él un diseñador en todas sus dimensiones.

Por su oficina en Berlín pasaron nada más ni nada menos que algunos de los más notables arquitectos de la generación siguiente, quienes reconocieron en él una de sus mayores influencias: Walter Gropius, creador de la Bauhaus; Adolf Meyer, impulsor de la arquitectura industrial; Mies Van der Rohe, el genio detrás de la escuela de Chicago; y un joven e insolente arquitecto suizo francés que se hacía llamar Le Corbusier, posteriormente el padre de la arquitectura moderna.

Dueño de una personalidad inquieta, vivió y trabajó en Hamburgo, Dusseldorf, Berlín, Frankfurt y Viena, participando en todas y cada una de las agrupaciones académicas que contribuyeron a la épica tarea de la unificación alemana y sus ansias de progreso a través de la industrialización. La única y gran mancha en tan impecable carrera –y que pudo haberlo privado de recibir un galardón a nivel internacional– fue su cercanía con el líder nazi Adolf Hitler, quien era asiduo a demostrar su admiración por la obra Behrens… y el arquitecto se dejaba querer.

Si uno busca el nombre de Behrens en internet se pueden ver relojes, teteras, ventiladores, lámparas y sillas. Lo más difícil de encontrar es precisamente una obra de arquitectura, y es que el multifacético artista alemán abarcó todo lo que rodea al oficio de arquitecto, llevando el concepto del diseño a su máxima expresión, inspirando a toda una generación que siguió sus pasos como los de un maestro. Un ganador absoluto.

Obras recomendadas: Embajada alemana en San Petersburgo, Reloj Industrial, Tetera de agua

3. Frank Lloyd Wright (1867-1959)

Si bien este reconocido arquitecto norteamericano es dueño de una larguísima y prolífica carrera, sólo dos de sus obras bastarían para concederle cualquier premio de carácter internacional: la archifamosa Casa de la Cascada y el Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York.

De la primera, se cuenta que el notable arquitecto de Wisconsin recibió un encargo como cualquier otro para proyectar una casa en el borde del río Bear Run, en Pensilvania. No lo tomó muy enserio y dejó el proyecto en el último cajón de su oficina, ocupado por otros asuntos más interesantes como, por ejemplo, la creación de una ciudad-bosque.

Pasaron algunos meses hasta que el propietario, posiblemente inquieto por la falta de respuesta del arquitecto, anunció una visita sorpresa 'en dos horas' para conocer en qué iba su casa. Quienes trabajaban en la oficina cuentan que Lloyd Wright, sin arrugarse un milímetro, dejó lo que estaba haciendo, se sentó frente a un papel en blanco y dibujó la casa como si la hubiera tenido clara desde siempre.

La vivienda que dibujó fue de trazos simples y sobrios (cosa poco frecuente en Wright), con niveles que se superponen unos a otros traslapadamente, generando espacios interiores en las intersecciones y espectaculares terrazas que parecen estar volando. Sin embargo, el rasgo distintivo de esta vivienda es su ubicación con respecto a la cascada: no se emplaza - como hubiese sido lo obvio - frente a ella o en su borde, sino directamente encima de ella, aprovechándose de una enorme roca que divide el agua en dos cauces. El cliente, un empresario de apellido Kaufmann, quedó fascinado ante tal apuesta, mientras Lloyd discurseaba sobre la importancia de vivir en la cascada y no al lado de ella... el resto es historia.

En cuanto a la segunda obra que destacamos, el arquitecto, ya totalmente identificado como uno de los gurúes del movimiento moderno, recibió el encargo bajo la premisa de 'construir un templo para el espíritu'. Inspirado en los misteriosos zigurat de la antigua Mesopotamia (grandes edificios sagrados que hoy parecerían tortas), Lloyd dibujó 4 bocetos todos con la misma idea, proyectar un gran pasillo libre de obstáculos para apreciar el arte en toda su magnitud y sin interrupciones. Una idea simple que no haría mucho ruido de no ser por el genial toque final: la forma de caracol. El resultado es un sorprendente edificio en espiral ubicado en el corazón de la rectilínea y cuadriculada Nueva York, que rompe con la tradición y se instala como una escultura en medio de la ciudad.

Como buen descubrimiento, esta fórmula sería ultra copiada y replicada por el mundo, incluso en Chile. Basta pasearse por Providencia y encontrar nuestra propia versión, pero esta vez orientada hacia el consumo. Algo paradójico considerando la frase inicial bajo la que se concibió la obra.

La casa de la Cascada / Museo Guggenheim (Fuente: Wikipedia)

Como Gaudí, Lloyd Wright no alcanzó a ver su más celebrada hazaña terminada, puesto que moriría seis meses antes de su término, víctima tan solo de su longevidad.

Mal genio, soberbio, loco, obsesivo, arrogante, mujeriego, padre de múltiples hijos no reconocidos; este obstinado arquitecto que reconstruyó tres veces su incendiada casa, fue un pionero. No sólo por la forma en que concibió la arquitectura siempre como respuesta al lugar en que se levanta, sin importar estilos ni corrientes– sino también por su independencia de pensamiento, siempre al margen de lo que dictaba la norma, en un medio que tiende a encasillarlo todo.

Obras recomendadas: Casa de la cascada, Casa Taliesin, Museo Solomon R. Guggenheim

4. Le Corbusier (1887-1965)

Antes de morir ahogado mientras nadaba en el Mediterráneo, Charles Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier (o El Cuervo), fue el responsable directo del quiebre entre la arquitectura del mundo clásico y la del mundo moderno. En fácil, cortó de un plumazo con la arquitectura recargada, repleta de adornos, ultra sofisticada y elegante que ya no venía al caso después de dos devastadoras guerras, y creó una arquitectura extremadamente limpia, libre y funcional, que dio paso a toda una corriente que perdura hasta hoy, palabras más o palabras menos: el movimiento moderno.

Dotado de una aguda inteligencia crítica, había sido rechazado muchas veces por extremo. Dicen que no terminó la universidad y que era siempre mal evaluado por su constante crítica a la enseñanza obsoleta de la profesión, tan desconectada del mundo y de los tiempos que corrían por entonces.

Puso en práctica su visión de lo que la arquitectura debía ser en obras que –para entonces– fueron totalmente rompedoras, apoyado por la revolución que significó el hormigón para la construcción, algo que es tan normal hoy.

Villa Savoya /  Capilla Notre Dame du Haut (Wikipedia)

Escribió libros, pintó cuadros, diseñó ciudades, viajó por todo el mundo, adhirió a los movimientos de extrema derecha (nadie sabe si por conveniencia o por convicción), voló por Sudamérica y África cuando nadie se atrevía y, por si fuera poco, redactó una especie de ‘libro de los 10 mandamientos’ (en realidad fueron 5) que se han convertido en el patrón a seguir por todos los que le sucedieron. No hay ningún arquitecto que no esté influido de alguna forma por este excéntrico suizo-francés de gruesos anteojos redondos que dejó para la posteridad una frase que lo define totalmente: ‘Arquitectura o revolución’. No hay mucho más que decir después de eso.

Si la academia sueca no había considerado crear un premio para los genios de la arquitectura, seguro por esos años lo pensó.

Obras recomendadas: Villa Savoya, Unidad habitacional de Marsella, Capilla Notre Dame du Haut

5. Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969)

Muy serio, muy formal y muy silencioso, el gran arquitecto alemán fue sin duda un adelantado. Su padre –propietario de una cantera– le inculcó desde muy chico el oficio de modelar la piedra con sus propias manos, en un primer acercamiento a la forma que luego le sería de mucha utilidad en su visión de la arquitectura.

Se educó sólo, leyendo, viajando y trabajando como dibujante con algunos arquitectos (tenía una mano privilegiada), y se atrevió a montar un estudio de arquitectura sin tener estudios formales. Hasta ahí, nada fuera de lo común para la época. El gran quiebre en su vida se produjo luego de enlistarse en el ejército alemán y viajar a combatir en Rumania, en una de esas batallas que precedieron a la Primera Guerra Mundial.

No es novedad que enfrentar a la muerte a la cara cambia a cualquiera, y el duro alemán del eterno ceño fruncido no fue la excepción: al volver a Berlín, el joven Ludwig Mies se convirtió en Mies van der Rohe (sumando el apellido de su madre), se separó de su aristocrática mujer, botó todos sus bocetos de proyectos de corte neoclásico e hizo carne en su obra la frase que lo llevara al olimpo de la profesión: ‘Menos es más’.

Sus obras fueron como él, pragmáticas, formales y de una sobriedad inusitada para esos locos años. Además llevó su frase hasta el extremo, modelando un tipo de arquitectura "con los huesos al aire", desprovista de toda vanidad, pero de una belleza sutil. La belleza de la resta. Fue director de la Bauhaus hasta que los nazis la cerraron por "rupturista y degenerada", seguramente ignorando que dentro de ese grupo de artistas locos estaban algunas de las mentes más brillantes de Europa y, obviamente, no previendo la fuga de cerebros que esto supondría.

Emigró a Estados Unidos, país al que le entregó su mejor versión, siendo autor –entre otras cosas– de un muy copiado modelo de arquitectura en vidrio y acero, que es hoy prácticamente el estándar de los edificios en altura.

Pabellón de Alemania en Barcelona / Edificio Seagram

Murió en silencio, sentado en su silla de ruedas, totalmente consumido por la artritis, pero antes hizo realidad su propio sueño americano: no sólo diseño alguno de los más modernos rascacielos de Chicago, sino que fundó una manera de ver la arquitectura y la ciudad que sigue vigente hasta hoy.

No ganó un Pritzker porque no existía, pero lo rozó: apenas 10 años después de su muerte, su discípulo Philip Johnson se adjudicó el primer galardón de la historia. En su discurso, el arquitecto norteamericano recordaría emocionado las palabras de su maestro alemán: ‘Dios está en los detalles’.

Obras recomendadas: Casa Farnsworth, Pabellón de Barcelona, Edificio Seagram

6. Alberto Cruz Covarrubias (1917-2013)

A la altura de cualquier genio europeo o norteamericano, dueño de una personalidad inquieta pero reflexiva, y artífice de un legado tanto o más significativo que los casos anteriores, está el notable arquitecto y pensador chileno Alberto Cruz Covarrubias.

No ganó un Pritzker y tal vez no lo habría ganado nunca, porque los premiados son habitualmente arquitectos que han volcado sus ideas en cientos y miles de metros cuadrados. Alberto Cruz no. Él dedicó su vida a volcar su notable genialidad en cientos de miles de personas, a través de la academia.

No sólo fundó una escuela de arquitectura fuera de todo lo común - la de la Pontifica Universidad Católica de Valparaíso - sino que estableció un modo de ver y pensar la disciplina, abriendo el habitualmente cerrado círculo en el que se desarrolla la enseñanza. Incorporó, mediante la sociedad con el singular poeta argentino Godofredo Iommi, a la palabra como la base más sólida que podría tener cualquier obra. Y al mismo tiempo invitó a sus alumnos a observar para entender - algo que puede sonar muy obvio pero que no lo es - y les propuso el viaje como un método para comprender el mundo. La consigna era viajar, mirar y dibujar, ser inquieto y estrujar el cerebro hasta que las ideas vuelen.

Y no sólo eso, que ya es mucho decir. Además, seguido por una corte de notables discípulos, creó la Ciudad Abierta, un modelo de creación y habitar colectivo único en Chile, que ha sido muy estudiado (y elogiado) por todo el mundo. En ella se invitó a quienes participaban de la universidad a imaginar una arquitectura original para América, esta América mestiza vilipendiada por sus conquistadores y abandonada a su suerte. Lo consiguió: lo que hay ahí es tan bello como misterioso, tan original como único, tan nuestro como irrepetible.

Fue un virtuoso del dibujo, repletaba preciosas libretas hechas a mano con miles de observaciones que recogía de sus largos paseos por Valparaíso. El movimiento de una mano echándose aire, el óxido del mar en las casitas de lata, la brisa que se colaba por las escaleras. Todo para él tenía sentido y era digno de guardarse.

Sus discursos eran notables; podía pasar horas y horas explicando cuál era el sentido de la vida sin aburrir a nadie, manteniendo a todos en un sepulcral silencio parecido al de una feligresía oyendo a un cura. He ahí su virtud, la de comunicar y creer que la arquitectura no es sólo el techo que tenemos en la cabeza, ni la pared donde colgamos los cuadros. La arquitectura, para Cruz, es una forma de entender la vida.

Si tanta belleza y tanta originalidad no es merecedora de un reconocimiento a nivel mundial, es porque hemos perdido toda sensibilidad. Y es que hoy es difícil encontrar arquitectos que salgan de la norma, pero que salgan de verdad, que creen desde cero una forma de mirar el mundo libre de cualquier prejuicio. Cruz se atrevió y lo hizo, y por eso su legado es inmortal.

Obras recomendadas: Ciudad Abierta de Ritoque, Capilla fundo Los Pajaritos, Plan Urbano Achupallas

¿Qué otros arquitectos merecerían el premio?

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Comentarios
Patricio Bajodepino | 2016-01-25 | 23:26
5
Una joya de artículo! La arquitectura es el arte más completo en mi opinión.
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Chris Goldsworthy | 2016-01-27 | 08:49
1
Para mi el Cine.
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Patricio Bajodepino | 2016-02-02 | 00:31
0
interesante punto de vista, podrias explayarte?
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Pilar Vicuña | 2016-01-26 | 09:04
5
Gran artículo
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Victor Hammersley | 2016-01-26 | 09:41
4
Me encantó.
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Agustín Correa | 2016-01-26 | 11:02
4
Muy bueno y completo! Como aporte creo que Louis Sullivan tendría que ocupar un lugar de honor también, como mentor de Lloyd Wright y padre del modernismo. Louis Khan también se lo habría ganado seguro. Felicidades!!
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Gonzalo Schmeisser | 2016-01-26 | 11:56
6
La verdad es que si uno es justo faltan muchísimos.. Incluyendo a Sullivan, Kahn y uno que otro chileno más. La idea era representarlos a ellos a través de estos 6 capos. Gracias!
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