Interludio Post-Vacacional

Por Héctor Grandón @papadelyear | 2019-02-13 | 14:20
<p>Escribo desde mi pega. Desde el gastado teclado al que no necesito leerle las teclas, porque luego de catorce años, no necesito ver lo que mis dedos saben. Y lo hago para dar una opinión, una que se quedó en el tintero por un par de décadas, hasta que el matrimonio, la familia, el verano y las vacaciones la volvieron a poner a la palestra, creo que con el fin de&nbsp;&nbsp;sacarle nuevo brillo a su&nbsp;punzante actualidad pese al tiempo transcurrido.</p><p>Todos necesitamos descansar, todos alguna vez necesitamos parar, levantar la cabeza y la vista&nbsp;de nuestras vidas laborales para pasearla por la vida en su conjunto. Ese ejercicio, en apariencia tan fácil, es el motor motivacional único y necesario de lo que nosotros llamamos vacaciones. Normalmente es un tiempo de descanso, pero también es un tiempo intensamente volitivo: Dejamos de hacer lo que hacemos todos los días, para darnos el tiempo en lo que debimos hacer y no pudimos por estar trabajando para que nuestro sueldo nos permita vivir. A medida que crecemos y maduramos, sin embargo, la balanza entre el ocio más puro e inmóvil, y lo que realmente necesitamos hacer, se va invirtiendo brutalmente, hasta el punto que nuestra vida en vacaciones ya no puede transcurrir exclusivamente echada en cualquier sitio, con el sombrero protegiendo nuestra vista del brillo del sol. Claro, eso a menos que estés en la hamaca de un hotel cinco estrellas en Jamaica, un sitio donde la vida transcurre con una naturalidad que prácticamente detiene el tiempo, y no estés padeciendo ni siquiera la inquietud de no poder responder financieramente a ese tipo de vida. Entonces, hoy concluyo que las vacaciones tienen la virtud de hacernos descansar por el sencillo expediente de cambiar de labores, desde las que tenemos que hacer obligados por la presión laboral, hasta las que resultan un mero hobby doméstico y necesario, que asombrosamente retribuye en nuestro estado de ánimo físico, emocional y mental.</p><p>¿El porqué de este largo y algo estirado preámbulo? Viene del hecho de que soy, desde hace tres días, uno de los mal llamados "Viudos de Verano" puesto que las vacaciones con mi esposa no calzaban al completo, y tanto ella como mi hijo siguen frente a las olas y bajo el sol de un balneario del norte chico, entre la arena y la brisa, mientras el aire acondicionado acaricia mi calva bajo la luz artificial de la oficina. Y lo que antes era un descanso, desde cambiar un enchufe de pared hasta un largo etcétera de difícil detalle, se convierte bajo la óptica del trabajo diario, en una obligación más, agregada bajo la presión de dejar la casa tal cual trabajaste para adecentarla antes de salir a disfrutar de la maravilla de la costa. Pero eso era bajo las ordenes de un hermoso e implacable capataz como mi esposa... Y hoy que la casa cruje y se queja en el silencio de su único ocupante, la depresión post - vacacional hace su entrada triunfal bajo la fanfarria de la lavadora, la cocina y el refrigerador, escoltado por la escoba y el paño de sacudir hacia el estrado donde tu cara costilla te hará ver estrellas si las cosas, como deben ser en un hogar ocupado por dos (Tres en este caso), no van como se espera que sean. Y este "Viudo de Verano" solo agacha la cabeza y roba horas al sueño, a pocas horas del Día del Amor, precisamente por eso. Vacaciones o no vacaciones, el amor (principalmente el que le tienes a tu cabeza cuando reposa entre tus hombros) es más fuerte.</p>
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