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Imagen: César Mejías

41 años perdido: la insólita travesía del cerebro de Einstein

Con más de cuarenta años vagando por Estados Unidos, guardado en envases de sidra y tupperwares, oculto en refrigeradores de cocina y hoteles, y perseguido obsesivamente por muchos, el activo cerebro de Einstein tuvo una llamativa "vida", tras la muerte de su dueño original.

Por Alvaro Lopez B. | 2015-12-02 | 15:19
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“¿Es usted el doctor Thomas Harvey, que tiene el cerebro de Albert Einstein?”. Así terminaba un viaje de 41 años, para un objeto con una de las historias más curiosas del último tiempo.

El 18 de abril de 1955, moría uno de los genios más populares del siglo XX: Albert Einstein, autor de la teoría de la relatividad y ganador del premio Nobel por el descubrimiento del efecto fotoeléctrico. La pequeña ciudad de Princeton bullía de reporteros y curiosos, queriendo ver algo del difunto genio. Siendo muy agudamente consciente del fenómeno masivo que implicaría su muerte, Einstein dispuso que su cuerpo fuera cremado y las cenizas esparcidas en forma privada.

Ese día de abril, el patólogo Thomas Harvey se hizo cargo de la autopsia de Einstein, pues el Dr. Zimmerman, médico personal de Einstein, tuvo una repentina indisposición. Harvey admiraba a Einstein profundamente y quería hacer un aporte a la ciencia. Algo pasó por su cabeza. Una idea loca. Cuando sacó el cerebro para examinarlo… no devolvió ese órgano al cuerpo. Lo dejó en un frasco con formol.

Ese día, fue tumultuoso. Todos querían un trozo del genio alemán. Literalmente. El doctor Henry Abrams, oftalmólogo personal de Einstein, extrajo sus ojos y se conservan hasta el día de hoy en la bóveda de un banco.

Pero sigamos con Harvey. Al día siguiente de la autopsia, llamó el Dr. Harry Zimmerman, del New York Montefiore Medical Center (y como decíamos, médico personal de Albert Einstein), pidiendo el cerebro. Harvey se negó y dijo que pensaba hacer un estudio muy minucioso, al que según él, le había autorizado telefónicamente el hijo de Einstein, Hans Albert, lo que posteriormente la familia de Einstein negó. El director del hospital de la Universidad de Princeton, Dr. John Kauffman, le apoyó, cosa que suscitó un problema legal entre las instituciones.

Entretanto, Harvey trozó el cerebro de Einstein en 240 fragmentos y, durante tres meses, con la ayuda de la técnica de laboratorio Marta Keller, produjo 12 sets de cientos de laminillas cada uno, para estudios posteriores.

Como la disputa legal no parecía terminar, el director del hospital de Princeton y jefe de Harvey, le pidió el cerebro. Pero este último, en lugar de obedecer, se lo llevó para la casa. En un Tupperware. Así como leen.

Thomas Harvey y el cerebro de Einstein en un frasco de su cocina, 1994. Michael Brennan/Getty

Un cerebro 40 años “perdido”

Dado que el cerebro de Einstein constituía propiedad de la Universidad de Princeton, Harvey fue inmediatamente despedido al negarse a devolver el órgano. Al quedarse sin trabajo y, consiguientemente, sin dinero, Harvey comenzó a tener graves problemas con su esposa, por lo que además, terminó divorciándose. Pero tenía su cerebro, su obsesión, su tesoro. Quería entregarlo a los mejores neuroanatomistas, para descubrir el secreto de su genialidad. Porque él no era un especialista en neuroanatomía, ni mucho menos. 

Mientras, hizo muchas cosas para vivir: trabajó en un manicomio e intentó abrir un asilo de ancianos. Luego que su ex esposa le amenazó con botar el cerebro a la basura, se fue con el órgano al centro de Estados Unidos. Trabajó como supervisor médico en Kansas, mientras guardaba el cerebro en un envase de sidra, al interior de un refrigerador para cervezas. Se mudó a Missouri, y ejerció como médico, mientras intentaba estudiar el cerebro en su tiempo libre, hasta que perdió su licencia médica tras fallar un examen de validación. Terminó en Lawrence, Kansas, como obrero para una fábrica de plástico, y se hizo amigo de un vecino, el poeta William Burroughs, quien se ufanaba de poder tener un trozo del cerebro de Einstein cuando quisiera.

En 1978, Harvey salió brevemente a la luz pública cuando el periodista Steven Levy, tras una larguísima investigación, publicó el reportajeI found Einstein’s brain (“Encontré el cerebro de Einstein”), en el New Jersey Monthly, que batió todos los récords de venta. Levy logró conversar con Harvey, y éste le contó todo el recorrido que había tenido el cerebro de Einstein durante esos años. Sin embargo, Harvey siguió cambiando de domicilio, y se le perdió la pista nuevamente.

Lámina extraída del cerebro de Einstein. National Museum of Health and Medicine.

Entretanto, fiel a su misión autoasignada, Harvey distribuyó láminas del cerebro de Einstein a distintos médicos: al Dr. Zimmerman (quien originalmente le había pedido el cerebro de vuelta), al Dr. Sidney Schulmau (destacado neurólogo de Chicago) y a centros universitarios especializados en neuroanatomía, en Alemania, China, Japón, Venezuela, y también a la Dra. Marion Diamond, neuroanatomista de la Universidad de California, en Berkeley, quien recién en 1985 realizó el primer estudio verdaderamente serio respecto al cerebro de Einstein, y que recibió las muestras en un frasco de mayonesa, por correo, tres años después de haberlas solicitado.

En 1996, el periodista Michael Paterniti, vuelve a dar con el paradero de Thomas Harvey. Y comienza a cambiar el destino de su preciado órgano.

Dos años antes, el científico Kenji Sugimoto, paralelamente, también buscaba el cerebro de Einstein. Claro que él se contentó sólo con verlo. Y con llevarse un trozo. Miren este (impresentable) video, parte del documental “Relics: Einstein’s Brain”, con que Kevin Hull registró la búsqueda para la BBC:

Un extraño viaje de vuelta

“¿Es usted el doctor Thomas Harvey, que tiene el cerebro de Albert Einstein?”. Preguntó Paterniti. Tras recibir una respuesta afirmativa y hablar por teléfono un rato, el periodista perdió la pista de Harvey, hasta que lo volvió a encontrar en New Jersey, muy cerca de donde había comenzado todo.

Esta vez, Michael Paterniti logró convencer a Harvey de devolver el cerebro de Einstein a su nieta, Evelyn. Encontró al ex-médico durmiendo en una cama plegable, y guardando esta vez el cerebro en un frasco de vidrio que tenía en su cocina. Ese fue el comienzo de uno de los viajes más interesantes que se recuerden, e inmortalizado en el libro Driving Mr. Albert (“Conduciendo al Sr. Albert”).


Thomas Harvey, y frascos de dulce, y el cerebro de
Einstein en su interior. Discovery Channel.

El detalle esencial, que quizás olvidé mencionarles, es que la nieta Evelyn… vivía en Berkeley, California. A casi cinco mil kilómetros de New Jersey. Algo así como ir de ida y vuelta desde Iquique a Concepción. Y el caso es que Thomas Harvey ya tenía 84 años y no se atrevía a volar. Así que, por supuesto… fueron en auto.

Pero bien, una vez convencido, Harvey decidió que primero debían visitar a su amigo William Burroughs, que vivía en Lawrence, Kansas. Entremedio, pasaron por los casinos de Las Vegas, y fueron parando en hoteles muy baratos, donde Harvey sacaba ceremoniosamente una bolsa de lona, con un Tupperware dentro, que contenía el cerebro de Einstein… que depositaba junto a su cama, no perdiéndolo nunca de vista. Además, Harvey le pidió al periodista que no mencionara nunca que en el portamaletas, llevaban tan precioso órgano, por lo que Paterniti se encontró muchas veces al borde de la desesperación, de no poder contarle a nadie que estaban transportando el cerebro de Albert Einstein.

Tras 10 días de viaje, llegan donde la nieta de Einstein, y tienen una muy incómoda cena los tres... y el cerebro. Harvey parece arrepentido de haber dado este paso, pues ni siquiera le muestra lo que queda del cerebro de su abuelo a Evelyn… y luego se va. Y deja el cerebro de Einstein “olvidado”.

El periodista y la nieta de Einstein se miran… y finalmente ella decide no quedarse con el cerebro de su abuelo.

Ese mismo año, tras más de cuatro décadas, Thomas Harvey se decide al fin, y devuelve el cerebro de Einstein donde todo empezó: al laboratorio de patología de la Universidad de Princeton. Y finalmente comienzan a aparecer algunos pocos estudios al respecto.

Cerebro de Einstein. Brain / Dean Falk, Frederick E. Lepore, Adrianne Noe

¿Qué sabemos del cerebro de Einstein?

El cerebro de Einstein pesó 1.224 gramos al morir, lo que está dentro del rango de normalidad del cerebro humano. De las fotografías tomadas durante la autopsia, se puede establecer que la cisura de Silvio (que es el gran pliegue lateral del cerebro) es más estrecha que lo habitual, lo que podría indicar que quizás había una mayor cantidad de neuronas en esa área. Poseía ademas cuatro giros prefrontales (o sea las rugosidades que sobresalen en el cerebro), en vez de tres, como la mayoría de nosotros.

Durante el tiempo que Harvey tuvo el cerebro, se realizaron dos estudios: "On the Brain of a Scientist: Albert Einstein”, por Marion Diamond, publicado en el Experimental Neurology, el año 1985; y once años después, Britt Anderson, de la Universidad de Alabama, publica "Alterations in Cortical Thickness and Neuronal Density in the Frontal Cortex of Albert Einstein.", en Neuroscience Letters.

El primero establece que el cerebro de Einstein poseía más células gliales (esto es, que alimentan a las neuronas) que el común de las personas. Lamentablemente, el estudio posee muchísimas fallas: no hay claridad sobre las características del grupo de control, no hay claridad de que el grosor de las muestras no haya afectado las mediciones, y los resultados se publican como porcentajes relativos entre sí, no en cantidades de células. Además, Diamond realizó 28 estudios y sólo uno arrojó resultados estadísticamente relevantes. Lamentablemente, su margen de confianza era del 95%, por lo que sus resultados caen además en el ámbito del error estadístico (y hay muchas más objeciones a este estudio).

El segundo estudio determinó que el cerebro de Einstein tenía una corteza más delgada que la media, pero que eso se compensaba con una densidad mayor de neuronas por centímetro cúbico (47 mil vs 35 mil que es lo normal).

Estudios posteriores han mostrado que el lóbulo parietal inferior es un 15% mayor que el promedio. Esa parte del cerebro, está asociada a la cognición visoespacial, al pensamiento matemático y a la abstracción de movimientos, lo que podría explicar parte de la fértil imaginación de Einstein.

En 2010, tras la muerte de Thomas Harvey a los 94 años, su familia donó todo el material que éste poseía sobre Einstein, lo que ha posibilitado la realización de más estudios basándose en 14 nuevas fotografías forenses, que han confirmado que su anatomía cerebral era inusual específicamente en el lóbulo parietal, y también en su corteza prefrontal, desechando además que el cerebro tuviera forma esférica, y que careciera de cisura de Silvio, como se había afirmado anteriormente.

Sin embargo, aún está pendiente un estudio completo sobre el cerebro del siempre admirado y genial Albert Einstein.

Y ustedes, ¿sabían algo de esta “leyenda urbana”?

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