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Imagen: César Mejías

El "gen zombie": científicos descubren por qué elefantes rara vez sufren de cáncer

Ha sido uno de los misterios del mundo animal que más ha fascinado a científicos. Si a mayor cantidad de células, mayor es el número de mutaciones, ¿por qué el mamífero terrestre más grande del mundo tiene tasas bajísimas de cáncer? Aquí la respuesta.

Por Francisco J. Lastra @efejotaele | 2018-08-20 | 12:00
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Pero quizá lo más fascinante de este último estudio, es que los antepasados de los elefántidos no siempre gozaron de esta provechosa interacción entre genes.
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Aquí una noticia que alegrará a los petisos y hobbits del mundo: aquellos de menor tamaño tienen menos posibilidades de desarrollar cáncer. ¡Hurra!

Esto está probado por la ciencia, pero también puede inferirse de una observación lógica: el cáncer surge de “errores” en el ADN celular, por lo que a mayor número de células, mayor es el riesgo de desarrollar celular cancerígenas. Simple ¿no?

Sin embargo, científicos han descubierto que la carcinogénesis (proceso mediante el cual una célula normal se transforma en una cancerígena) no afecta a las células de todos los organismos por igual. Es decir, no todas las células tienen el mismo riesgo de “pasar al lado oscuro”.

Esto se puede observar en el mundo animal. Si el cáncer afectara a todas las células por igual, animales pequeños como ratones casi no conocerían este trastorno, mientras que animales grandes como ballenas y elefantes morirían casi inevitablemente de enfermedades cancerígenas.

Pero esto no ocurre. De hecho, menos del 5% de los elefantes mueren por alguna manifestación cancerígena, muy por debajo del hasta 25% de mortalidad por cáncer en humanos.

A esto se le llama la Paradoja de Peto, a causa de Sir Richard Peto, epidemiólogo inglés que observó en 1977 que las células humanas son mucho menos propensas al cáncer que las de ratones. Es decir, no todas las células de todos los miembos del reino animal, tienen las mismas probabilidades de desarrollar cáncer.

Entonces ¿cuál es la clave aquí?, ¿tener una trompa?, ¿la piel gris? Saberlo podría tener grandes implicaciones en la reducción de la incidencia de cánceres en nuestra especie.

No teníamos ni Peto idea hasta que recientes trabajos de un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago, nos dieron algunas luces.

El gen TP53: el secreto mejor guardado de los elefantes

Ni brocoli ni té verde. Científicos saben desde hace algún tiempo que la principal herramienta contra la carcinogénesis, es el gen TP53.

Los humanos solo tenemos una copia de este gen, en sus dos alelos (dos formas alternativas que tiene el mismo gen). Para que noten qué tan importante es: de contar con solo un alelo (como quienes sufren del Síndrome de Li-Fraumeni), la predisposición a desarrollar cánceres, se dispara a un 90%.

¿Y cuál es la gracia del gen TP53? Produce una proteína que puede identificar cuándo el ADN de una célula se daña. Luego activa una serie de genes en la célula que conducirán a una de dos posibles acciones: la reparación del daño celular o el suicidio (apoptosis), en este caso uno “bueno”, porque evita que la célula dañada se multiplique.

En 2015, el doctor Vincent J. Lynch, investigador de la Universidad de Chicago, descubrió que los elefantes son la pesadilla del cáncer porque cuentan con nada menos que 20 copias del gen TP53. Y también había algo distinto: las células de los elefantes no se molestan con la reparación, sino que siempre el proceso conduce al suicidio celular. “Los elefantes son raros”, resume el doctor.

En su último estudio, Lynch y colegas encontraron otro gen que, en combinación con el TP53, dan indicios de una solución a la paradoja. Se trata de un verdadero Terminator del cáncer.

LIF6: asesino a sueldo

Les decíamos que la TP53, cuando detecta células dañadas, activa ciertos genes en la célula, ¿no? Lynch descubrió que en elefantes activa un gen específico llamado LIF6.

Si bien nosotros (y todo mamífero) posee este gen, conocido simplemente como LIF, solo tenemos una copia y no cumple un rol aguándole la fiesta al cáncer. En cambio, el elefante tiene entre 7 y 11 copias, y una de estas es una “versión especial”, la llamada LIF6, la cual sí cumple un rol. Y vaya cómo lo hace.

Cuando el TP53 le da la señal, el LIF6 se expresa en proteínas que agujerean la mitocondria(orgánulos celulares encargados de suministrar la energía a la célula) y permite que sus moléculas, que son tóxicas, salgan. ¿Resultado? Apoptosis. Es decir, mientras el primero es el “sapo” que avisa, el segundo aprieta el gatillo y ejecuta el “suicidio celular”.

Pero quizá lo más fascinante de este último estudio, es que los antepasados de los elefántidos no siempre gozaron de esta provechosa interacción entre genes.

No estaba muerto, andaba de parranda

Analizando el genoma de varias especies de elefantes y primos cercanos (como los manatíes), científicos pudieron reconstruir la historia genética del gen LIF.

Según el estudio, hace 59 millones de años, cuando los proboscídeos (una orden que incluye a la familia de los elefantes actuales y sus ancestros) eran de mucho menor tamaño, tenían el LIF6 como pseudogén. Esto ocurre cuando muchos genes tienen tareas muy similares y algunos comienzan a “archivarse”, ya que otros genes cumplen su papel. Estos pseudogenes siguen existiendo en el genoma, pero no tienen ninguna función y no pueden codificar proteínas. Nosotros, por ejemplo, tenemos varios miles de éstos.

Pero luego algo sucedió. Con el paso de varios miles de años, el pseudogén LIF6 “revivió” y su función se reconfiguró al papel que cumple hoy, ¡por eso se le conoce como “gen zombie”! El estudio indica que, normalmente, la selección natural le haría el quite a estos pseudogenes, pues su expresión es tóxica para las células. Sin embargo, controlado por su buen amigo TP53, estos proboscídeos llegaron a un buen equilibrio que permitió la transmisión a generaciones posteriores.

Según los científicos, esto habría sucedido antes de la divergencia entre la línea de los mastodontes y los elefantes modernos, lo que sugeriría que la reconfiguración del LIF6 les habría permitido a los proboscídeos alcanzar el gran tamaño por el que fueron (RIP mastodontes) y son conocidos.

Lynch agrega que este descubrimiento es solo una parte de la “red” anticancerígena de los elefantes, pero que es un buen inicio para solucionar la paradoja. El LIF6, por el momento, se ha encontrado solo en esta familia, lo que indica que otros animales de gran tamaño, como ballenas, habrán también desarrollado sus propias formas de destruir células dañadas.

Otros científicos también han expresado su satisfacción por los recientes hallazgos. “En mi opinión, son 59 millones de años de investigación y desarrollo. Son 59 millones de años de la naturaleza tratando de descubrir la mejor solución para evitar el cáncer", señala Joshua Schiffman, oncólogo que también ha investigado el tema.

Las implicaciones para nosotros son claras. Aprender de animales cuya batalla con el cáncer está casi ganada, nos permitirá entender cómo ganar nuestra propia lucha. Por ahora, sigue conviniendo ser chico.

¿Qué otros animales crees que guardan "secretos" que todavía se nos escapan? 

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