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La inspiradora historia de Luis Seguel, el jefe del call center del Hogar de Cristo que perdió la visión hace más de 20 años

Luis Seguel no alcanzó a conocer la cara de su hija menor antes de perder la visión completamente, pero el cerebro se las arregla de otras formas. Aun sin la vista, tiene una vida independiente y completa. Entérate de su historia en este Día Mundial de la Visión.

Por Romina Diaz | 2018-10-11 | 17:00
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“Saqué el bastón y se me fue la tortícolis, me empezaron a ayudar, apareció al tiro el otro lado de la gente. Fue un cambio. Empiezas a adaptarte”, (Luis Seguel, jefe Call Center Hogar de Cristo).
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Luis Seguel Garcés (48) es jefe de canales del call center del Hogar de Cristo. Hace seis años que trabaja ahí, llamando, enviando mails y convenciendo a nuevas personas que quieran aportar con la fundación que ayuda a alrededor de 38 mil personas. Aunque perdió la visión hace años por una Retinosis Pigmentaria, este no es un impedimento para su trabajo. Responde mails y whatsapps de inmediato, con un celular que lee en voz alta a una velocidad indescifrable para cualquier otro oído.

Recuerdos de Osorno

Luis no nació ciego. A los 22 años comenzó a perder la visión en la noche, como es habitual con la retinosis. Pero la imagen de su casa en Osorno sigue intacta. De madera, típica del sur, con una chimenea y una amplia cocina. Todo dentro de un pasaje donde siempre salía a andar en bicicleta.

Es el mayor de cuatro hermanos y con profunda admiración cuenta sobre el matrimonio de sus padres, Ana María Garcés y Marcel Seguel, que con grandes obstáculos lograron sacar adelante a su familia. Luis habla de las herramientas que le dieron y el apoyo que recibió de ellos. Les enseñaron a él y a sus hermanos a ser independientes y perseverantes con lo que se les presentaba, especialmente a la hermana menor, que tiene Síndrome de Down.

Estudió en el Colegio Alianza Francesa, en Osorno. Esquiaba, jugaba rugby y atletismo, en ese entonces veía perfecto, y se fue a estudiar Ingeniería Comercial a la Universidad Católica de Valparaíso. Ahí comenzaron sus problemas a la visión. “En ese tiempo manejaba y de repente me empecé a cunetear harto, a veces me perdía y de a poco me fui dando cuenta que en la noche me era difícil desplazarme”, dice Luis.

Finalmente, el doctor lo confirmó, tenía un conjunto de enfermedades oculares crónicas y degenerativas, con las que se van perdiendo las células del ojo; los conos y bastones. La retinosis pigmentaria le da a una de cada 3.700 personas, por lo que es una de las primeras causas de ceguera de origen genético en la población adulta.

El avance de la enfermedad ha sido progresivo, pero lento al principio. En 1992, con 26 años, fue a hacerse un tratamiento a Cuba, aunque nada tuvo éxito. Hoy es casi completamente ciego, no ve colores, ni ningún detalle, solo algunas luces y sombras borrosas.

Aprender a pedir ayuda

“Cuando uno tiene una discapacidad lo primero que tiene que hacer es ser super humilde y aprender a pedir ayuda y también a recibir ayuda”, explica Luis. Pero cuando más joven esto no se le hizo tan fácil.

Al principio le daba vergüenza caminar con bastón, así que no lo hacía. “Andaba chocando con la gente, se enojaban conmigo, andaba con una tortícolis terrible porque andaba mirando el piso, me golpeaba con la gente, me caía en las escaleras. Saqué el bastón y se me fue la tortícolis, me empezaron a ayudar, apareció al tiro el otro lado de la gente. Fue un cambio. Empiezas a adaptarte”, dice Luis.

Hace unos días tenía que comprar algo en la farmacia. No la encontraba hasta que alguien lo ayudó. “Un cabro se me acercó, él iba a un concierto, pero me dijo que iba con tiempo y que me acompañaba”. Terminaron conversando hasta el metro, cuenta Luis. “Entonces tú te das cuenta de que hay gente dispuesta a ayudar siempre, solo hay que saber pedir y saber recibir. El 90% de las veces hay alguien que te quiere ayudar”.

Trabajó años en un banco después de salir de la universidad, eventualmente se aburrió y comenzó con su propio emprendimiento. Puso una panadería y un bazar en la calle Franklin, pero no le fue bien y quebró. “Si uno tiene necesidad tiene que hacerlas todas”, enfatiza.

Ve seguido también a sus dos hijos, un niño de 16 y una niña de 12 años de su primer matrimonio. Se van de vacaciones juntos o a veces los va a buscar en la semana. Y aunque fue hace 16 años, aún recuerda la cara de su hijo cuando era una guagua, pero a su hija no la alcanzó a ver antes de perder la visión casi por completo.

El olor de una manzana

El cerebro es muy inteligente, considera Luis. Perdió la vista casi completamente, pero al mismo tiempo ha ido ganando otros sentidos que antes no tenía tan desarrollados. Excepcionalmente el olfato. Huele todo. Puede darse cuenta hasta cuando alguien en la oficina está comiendo una manzana, que para cualquiera no tiene mucho olor a distancia. Tiene su lado bueno y su lado malo, como cuando va en el metro en la tarde.

Es notorio cómo su oído también se ha desarrollado. Se escucha una voz leyendo lo que sale en su celular o computador mientras escribe mails. Parece otro idioma por lo rápido que el dispositivo lee las palabras, pero su oído está completamente acostumbrado.

También le sorprende cómo ha ido mejorando su capacidad espacial, la proyección y la memoria que ha ido desarrollando. “La necesidad va mejorando la memoria”, dice mientras escribe en el teclado de su computador, que ni siquiera está en braille. “Vas tratando de hacer un montón de cosas, vas adaptando tu entorno y te vas dando cuenta que no te tienes que limitar, todo es posible, excepto manejar un auto”.

Su labor en el Hogar de Cristo

Hoy está a la cabeza del call center del Hogar de Cristo, donde se tiene contacto directo con los donantes y aportantes históricos. Constantemente buscan nuevas personas que quieran ser parte de la ayuda que entrega una de las fundaciones más reconocidas del país. Buscan recursos, fidelizan y comunican lo que hacen. Personas en situación de calle, con problemas de alcohol y drogas, con discapacidades mentales, adultos mayores abandonados, son parte de los grupos a los que ayudan.

“Acá tenemos una doble pega, aparte que estamos haciendo nuestra plata, estamos haciendo una obra social, esto es para los más pobres entre los pobres”, explica Luis. “Son 38 mil personas que se atienden a lo largo de todo Chile, entonces comprenderás que es una tremenda responsabilidad. Además, en el call center somos responsables de alrededor del 30-40% de los nuevos socios del Hogar de Cristo”, agrega. 


Fuente de los ingresos de la fundación. Foto: Hogar de Cristo

No es fácil convencer a nadie de entregar dinero. Luis dice que muchos se enojan, pero siempre se siente motivado para seguir trabajando, porque sabe de lo necesario que es conseguir los recursos para que la fundación siga funcionando y creciendo al mismo tiempo.

La falta de visión implica muchísimos problemas, cuenta que solo llegar a trabajar “es una cruzada”. Porque se va en micro, metro, a veces Uber. Ya se sabe el camino, pero no siempre fue fácil.

La extra-validación

Aunque estemos en 2018, considera que aún hay muchos prejuicios. Sí, es cierto que todo ha ido mejorando en cuanto a inclusión, pero aún falta bastante. “En cada trabajo nuevo tú tienes que llegar a validarte, la gente cree que no cumplirás o que no harás un buen trabajo”, explica Luis. “Hay cierta resistencia a que alguien con alguna discapacidad tenga una mayor responsabilidad dentro de su cargo”, agrega.

A pesar de esto, ver el vaso medio lleno es algo que siempre lo ha sacado adelante. Perseverancia, esfuerzo y un buen grupo de apoyo lo han ayudado a armar una vida de la que se siente orgulloso. No siempre es tan positivo, explica, a veces si le da pena que le haya tocado a él, pero no se echa para abajo. “La vida es como el póker, hay que hacer la mejor jugada con las cartas que uno tiene”, dice riendo.

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