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¿Cómo es componer música para el cine chileno?

Aunque ya se usaba en el teatro griego, la música incidental se volvió fundamental desde la aparición del cine sonoro y los videojuegos. Mientras en otras latitudes grandes compositores se hacen famosos... ¿qué ocurre con los chilenos?

Por Martín Poblete @martin_poblete | 2015-12-31 | 17:00
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No se me ocurre una forma más elocuente de explicar la importancia de la música en el cine, que viendo el efecto de musicalizar cualquier escena “seria” con el clásico “YaketySax”. Todo el vértigo, el peligro y la valentía de las escenas de acción quedan instantáneamente convertidos en una payasada que simplemente no podemos tomar en serio. Toda la mística, toda la épica de la escena, se desvanece con tan solo un cambio en la música que acompaña a la acción de los personajes.

Y es que en muchas películas ( StarWars entre ellas, con el tremendo John Williams a cargo de la composición) la música hace una parte importantísima, a veces mayoritaria, del impacto emotivo sobre el público.

La música y el cine

La capacidad de la música de representar emociones y crear atmósferas para expresar estados anímicos sin necesidad de palabras, es lo que la ha vinculado desde la antigüedad con el arte dramático. La música incidental ha sido un aliado fundamental en la representación, desde el teatro griego hasta Hollywood, con todo el espectro intermedio: Beethoven, por ejemplo, compuso Egmont para la representación de la famosa obra del mismo nombre escrita por Johann Wolfgang Von Goethe, por allá por el siglo XVIII. William Shakespeare, asimismo, recibió el aporte de importantes autores en la labor de musicalizar sus obras. El alemán Felix Mendelssohn compuso la obertura y la música incidental para Sueño de una noche de verano entre 1825 y 1842, y el inglés William Walton hizo lo propio con Macbeth entre 1941 y 1942.

A principios del siglo XX, antes de la invención de la banda sonora, el cine era mudo. No había diálogos ni música “envasada”, pero aun así, muchas películas estaban concebidas para ser exhibidas con música, la cual debía ser tocada en vivo. Al principio la música era en su mayoría improvisada o tocada como parte de un repertorio estándar, y quedaba al criterio (y al talento) del músico de cada cine el nivel de sincronización logrado. Pianistas, organistas y guitarristas se ganaban los aplausos o los abucheos del público según cómo se desempeñaran en el acompañamiento de películas.

Posteriormente se comenzó a trabajar la música con mayor rigurosidad, componiendo música específica para cada película, y priorizando el uso de partituras por sobre la improvisación. En algunos casos se cambió al solista por pequeñas orquestas y, en otros casos, se cambió el piano por el órgano Mighty Wurlitzer, un enorme instrumento diseñado para emular la riqueza timbrística de una orquesta, capaz además de producir efectos de sonido como traqueteos, campanas y galopes.

Con la consolidación del cine sonoro en la década de 1930, la música se volvió una parte de la obra cinematográfica, tan importante como la actuación misma. Es lo que pasó con King Kong, en 1933: la música incidental compuesta por Max Steiner fue tan relevante (y revolucionaria para la época) que fue tanto o más alabada que la película misma. Tanto así que el actor y músico Oscar Levant llegó a referirse a ella como “una sinfonía acompañada por una película”. La ambiciosa y perfectamente lograda sincronización entre lo visual y lo sonoro, tanto en lo técnico como en lo expresivo, marcó un antes y un después en el uso de la música dentro de la industria cinematográfica.

Lo que vino después da para un artículo aparte, y sería demasiado amplio como para profundizarlo aquí. Lo bueno es que la genialidad de la composición musical cinematográfica en el siglo XX habla por sí misma con solo nombrar a sus exponentes: Ennio Morricone, Yann Tiersen, John Williams, Philip Glass, Danny Elfman… Puros genios que han establecido residencia permanente en nuestro inconsciente colectivo.


John Williams, compositor estadounidense creador de la música de StarWars (que en este video puedes escuchar interpretada en un Mighty Wurlitzer), Jurassic Park, Harry Potter, E.T., Indiana Jones, La Lista de Schindler y cuatro juegos olímpicos.

A partir de la década de los ’90, la aparición de los videojuegos abrió nuevos horizontes al género, con publicaciones en las que la música incidental cobró gran protagonismo: Medal of Honor, Call of Duty, Slenderman, Age of Empires y Zelda son solo algunos de los títulos en los que la música destaca como parte importante del juego, incluso con brillo propio. De hecho, por ser música hecha para una crear atmósfera estimulante sin distraer al jugador, es usada por mucha gente para estudiar o trabajar.

Componer para el cine chileno

“Acá la industria es chica, pero ha ido creciendo a buen ritmo. La cantidad y la calidad de las producciones audiovisuales en Chile es, desde los ’90 hasta ahora, muy superior a todo lo que se hizo de los ’80 hacia atrás. Obvio que falta, pero vamos bien encaminados”.

La reflexión es de Patricio Chico, intérprete y compositor de música para películas, documentales y spots publicitarios, radicado en Temuco.

“Antes para hacer música tenías que grabar a una orquesta completa. Hoy gracias a la tecnología MIDI y los instrumentos virtuales, puedes componer todo desde tu casa y con excelentes resultados”.

Y es que claro: si bien hay casos puntuales, como el de Seth McFarlane, que de forma casi romántica sigue haciendo la serie FamilyGuy con una orquesta real, la mayoría de las producciones han optado por incorporar las nuevas tecnologías como una forma de economizar recursos.

La tecnología MIDI permite, en términos muy simples, escribir y reproducir música mediante el uso de instrumentos virtuales, conocidos como VST, a través de software especializado. Si a través del software yo le digo al computador que toque un Do mayor, puedo hacerlo sonar en cualquier instrumento que tenga instalado: desde un piano de cola hasta un ensamble de trutrucas.

Milton Núñez, joven compositor musical, usa una técnica híbrida para el registro de sus composiciones:

“Mi proceso es miti-mota: sé tocar varios instrumentos, así que no me complica grabar varios de ellos yo mismo. Lo que sí, uso mucho los instrumentos virtuales para hacer atmósferas o arreglos orquestales. A esto le agrego objetos a los que les puedo sacar algún sonido que me sirva: latas, palos, cajas de plástico, ollas (ríe)… Lo que me dé un sonido que después yo pueda procesar en el computador y me sirva, yo lo ocupo.”

Para hacer la música de una película, spot o documental, el compositor debe ser contratado directamente por el equipo a cargo de la producción. Como todo trabajo a pedido, se suele trabajar con un pago anticipado y otro al recibir el producto final. Los derechos de reproducción (cines y exhibiciones varias) son recaudados y distribuidos por la SCD, que periódicamente reparte estos derechos entre los autores y los intérpretes de la música registrada en la obra.

En cuando al estilo y a la metodología de trabajo, las posibilidades son diversas:

“Me han tocado directores de cine bien estrictos, de esos que me mandan un guión, una lista de sus ideas y los tiempos exactos que tiene que durar cada composición, y me ha pasado también que un director me dice ‘okey, tienes que hacer veinticinco minutos de música, hazlo como a ti te parezca: trabaja libre’”, cuenta Patricio Chico entre risas.

Estudio Gejman Music, dirigido por Patricio Chico

En cuanto a las dificultades, hay que partir considerando que en Chile la industria cinematográfica está todavía en pañales, si la comparamos con las de Argentina, Brasil o México, donde no solo la población es muchísimo mayor a la nuestra, sino que además hay una mucho mayor formación de audiencias: dentro cada uno de estos países, hay un alto consumo de las producciones nacionales y, por si eso fuera poco, junto con ser consumidas dentro del país, estas producciones son exportadas. Las teleseries brasileñas, que tienen gran éxito en nuestro país, son un claro ejemplo de ello.

Los presupuestos para producir películas en Chile son bastante más acotados que en otros lados, y la música se ve directamente afectada por ello: mientras en Estados Unidos existen presupuestos tipificados según el tipo de producción, en Chile todavía no hay claridad en cuánto vale el trabajo del compositor, y ese es uno de los grandes problemas. Nadie quiere pagar lo que vale el trabajo realmente.

“Durante mucho tiempo la música ha quedado postergada, no en el sentido de que crea que deban ponerle un altar al músico, pero sí en el sentido de que en Chile no se le da mucha importancia a la música de cine. En muchos casos es un ítem que está casi de sobra, lo ven al final. Como que cuando tienen la película lista se acuerdan de que tienen que ponerle música. Al final siempre nos toca la última cola del presupuesto, que siempre es poca plata. Afortunadamente esto pasa cada vez menos, porque han salido muchos directores jóvenes que han apostado por darle protagonismo a la música en las películas”, nos cuenta Milton Núñez.

Gracias a este incipiente reconocimiento de la calidad local, es que hoy existen en nuestro país importantes compositores, galardonados tanto en Chile como en el extranjero. Uno de ellos es Jorge Aliaga, que con casi 30 años de carrera ha ganado cinco veces el premio Jerry Goldsmith del Film Music Festival de Córdoba (España), además de un premio a mejor compositor en la XIII edición del Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez (Cuba) el año 2013, y un Premio Pulsar a mejor música para audiovisuales. 

“Aquí, más que teoría musical, lo que aplica son las sensaciones y las emociones. Lo que hago, esencialmente, es interpretar la visión del director y del guionista, y expresar lo que me enuncia la escena, buscando darle una identidad a los personajes. Intentar evocar cierta emoción, transportar al público a su mundo interior. Hacer tu propia música es una forma de decir lo que sientes, pero hacer música de cine es expresar los sentimientos de otro, transmitir ese ‘algo’ que le da sentido a lo que sale en la pantalla. Ese es el desafío”, concluye Milton.

Para concluir, en caso de que no quede lo suficientemente claro cuán importante es la música incidental en la representación dramática, dejemos que la música hable por sí sola lo que las palabras no siempre pueden expresar. Cierra los ojos y deja que la orquesta te cuente la escena.

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Comentarios
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Morilius Von | 2016-01-02 | 10:00
1
Completísimo y excelente artículo. Felicitaciones.
Concuerdo plenamente en que la industria de los videojuegos ha impactado en cuanto a sus piezas musicales.
Recomiendo la banda sonora de las sagas Uncharted y God of War. Ambas buenísimas. En el Disco del juego se puede ver el making of de los ensambles que son, lejos de lo que uno pensaría, hechos a la antigua con orquestas reales.
No conocía el Mighty Wurlitzer! Es de otro mundo la complejidad del funcionamiento, da para un post exclusivo.
Saludos.
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Martín Poblete | Colaborador | 2016-01-02 | 15:07
1
Cuando estudiaba piano me sorprendía el esfuerzo de disociación que implica leer dos partituras a la vez y tocar cosas diferentes con ambas manos.
Pero cuando leí sobre el Mighty Wurlitzer mi cabeza explotó... Es demasiada complejidad xD

Muchas gracias por tu comentario!
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Daniela Asenjo | 2016-01-04 | 09:44
1
Me encanta este soundtrack... me relaja :D . Es de una peli que se llama un buen año.

https://www.youtube.com/watch?v=FpAQol_ijds
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