Una de las cosas más apestosas de escuchar cuando uno no ha sido padre es la famosa frasecita del demonio “Cuando tengas hijos lo vas a entender”. Pésimo. Es una frase que se puede usar en muchos contextos, pero siempre es igual de apestosa porque inevitablemente pone al que la dice en un pedestal de sabiduría indiscutible ancestral, y deja al que la escucha como el pobre pollo inexperto que no sabe nada de la vida por el simple hecho de que no se ha reproducido. Y lamentablemente la frase se dice para anular cualquier cosa que el otro pobre pollo esté expresando, sean quejas, opiniones y/o decisiones.

De todas las veces que me dijeron esta frase, reconozco que la más apestosa siempre fue cuando tenía que ver con mi opinión de ciertas películas o series, o incluso con algunas escenas de películas. Cuando dije que algo no me conmovió lo suficiente, o que no entendí por qué tanto color con alguna película, no faltó el que me la tiró para dejarme discapacitado de opinar. “Cuando tengas hijos vas a entender”. Películas que encontré ahí no más, como esa en que Angelina Jolie pierde a su guagua, o esa otra en que Sean Penn se llama Sam, o etc.

Mi respuesta siempre era la misma. ¿Por qué el tener un hijo me iba a hacer apreciar distinto una película? Uno sabe que todo el cine es ficción, y puede disfrutar cualquier película sin que sea requisito haber vivido algo que aparezca en el flim. ¿O no? Puedo ver Duro de matar y gozar como loco aunque nunca he sido policía neoyorkino lidiando con terroristas brígidos en un rascacielos, puedo emocionarme con Rocky sin nunca haber pegado un combo en mi vida, puedo llorar con El Rey León aunque nunca he sido dibujo animado. 

Se entiende la idea, ¿o no? Bueno de la misma manera puedo llorar como Candy viendo la escena en que Noé trata de asesinar a sus nietas recién nacidas en Noé y no puede porque el amor es más fuerte. O puedo crisparme de rabia cuando Meryl Streep quiere quitarle el hijo a Dustin Hoffman en Kramer vs. Kramer justo después de que el otro consiguió por fin hacer el desayuno. Y aunque no soy pececito también puedo entender la desesperación de Marlin cuando pierde a su hijo Toribio en Buscando a Nemo.

Y con el terror pasa lo mismo. Y peor porque si hay un género bueno para maltratar niños/guaguas, es el terror. Ahí está The Hills Have Eyes con esa escena espantosa cuando los mutantes le ponen una pistola en la cara a un lactante, o la película francesa Al Interior que se trata todo el rato de una asesina que quiere robarle la guagua a una pobre loca MIENTRAS TODAVÍA LA TIENE EN EL VIENTRE. Y qué me dicen de Cementerio Maldito, cuando un camionero fanático de los Ramones se pitea al pobre Gage, dejando a su papá tan demente que el otro prefiere volverlo zombi en un cementerio indio antes de seguir lidiando con la pérdida.

Todas estas películas que nombré usan a los pobres niños (guaguas en muchos casos) para hacer sufrir/asustar/emocionar a los espectadores, y siempre me impactaron aunque yo no tenía ni gato, y reconozco que me daba mucho miedo saber qué iba a pasar conmigo cuando tuviera mi propia guagua. ¿Tendrían razón los pelmazos con su frasecita? ¿Sería imposible para mí volver a ver esas películas? ¿Me transformaría yo mismo en uno de esos pelmazos diciéndole a la gente que no sabrán nada del mundo hasta que tengan hijos?

Como sabrán los que ya son padres (pelmazos), la vida en efecto cambia. No solo la vida externa donde hay que hacer mil cosas relacionadas con la guagua y ya nada es lo mismo, sino que también te cambia la vida interna, y cómo ves el mundo. Ahora todo es más importante y todo tiene sentido, lo cual es bacán. Los problemas que antes te molestaban ahora dan lo mismo, y un millón de cosas más que no tienen nada que ver con las películas. Por lo que estaba muy curioso con comprobar si mi vida fliméfila cambiaría junto con lo demás.

Y bueno señores para que vean que soy un crítico profesional, decidí experimentar conmigo mismo, y repasé todas las películas con guaguas en peligro, padres sufrientes y/o pérdidas terribles, para ver si los pelmazos tenían razón. Así que durante toda una tarde vi escenas con guaguas llorando, padres gritándole al cielo y embarazadas en peligro y la verdad es que todo me pareció igual de terrible que antes. Ni más ni menos. Lo único distinto que sentí en carne y hueso fue una preocupación por la guagua que estaba en la película, pero por la guagua en la vida real, ¿se entiende? Pensé cosas como “Pobrecita, está asustada de verdad” o “¿Dejaría yo que usaran a mi guagua para una escena así de brígida?” Como ahora estoy preocupado por lo más mínimo que le pasa a mi guagua, este tipo de preguntas salieron de manera natural, pero nada más. Así que podía decirles con autoridad a los pelmazos: “Oye, ahora soy padre y entiendo igual las películas que antes, sorry”. Un triunfo sobre el pelmazismo mundial. Aplausos por mí.

O eso pensaba hasta que me repetí por chorrogésima vez Children of men (Los niños del hombre, 2006), de Alfonso Cuarón.

Creo que nunca había visto una película que cambiara tanto, solo porque mi propia vida había tenido un giro radical (guagua). Antes esta película me emocionaba y me dejaba helado con sus secuencias impresionantes de pesimista guerra futurista, pero ahora me dejó tirado en el piso pidiendo suero intravenoso y abrazando un oso de peluche. Porque Children of men debe ser la película más pro-guaguas de toda la historia, y cada fotograma de la película es una poesía al símbolo de vida y esperanzas que son las guaguas.

La primera escena es un café en Londres donde un montón de personas llora la muerte de “Baby Diego”, un gil mediático de 18 años que era famoso por ser la persona más joven del planeta. Ah, porque Children of men transcurre en un futuro donde todas las mujeres son estériles, lo que hace que el mundo se vaya al carajo, que nada tenga sentido, y que de a poco la raza humana se esté apagando en la oscuridad del olvido (metáfora). Por tratarse de eso, la película muestra un mundo donde efectivamente no hay guaguas. Ni niños. Ni nada derivado. Las escuelas están todas abandonadas, las plazas de juegos son peladeros, no hay color y ni siquiera las relaciones de pareja son lo mismo, porque sin la posibilidad de reproducirse nada es lo mismo. Básicamente el mundo que quieren los tontorrones que alegan cuando hay una guagua llorando en su restorán.

Y lo que más me llegó siendo el padre novato que soy, fue ver este mundo donde lo más importante y deseado, es eso que no existe. Las guaguas. Yo sé que suena marciano pero les juro que es verdad. Cuando en tu propia vida lo más importante es una guagua, es increíblemente fuerte ver un mundo donde absolutamente todos los personajes darían cualquier cosa por ver una guagua. O por tenerla. Como sabrán los que vieron la película, además, en la historia aparece la primera embarazada en décadas, lo que la transforma automáticamente en la persona más importante de la humanidad, y cuando la guagua nace, adivinen. Todos los personajes que se encuentran con esta guagua se tiran al piso y se comportan básicamente como si vieran a Dios encarnado. Y la secuencia en que una batalla se detiene completamente solo porque se escucha el llanto de la mocosa, se transforma en uno de los momentos más poderosos de toda la historia del cine. En serio, el que encuentre que esa escena es cursi o no ve su hermosura cuática, que salga al tiro de la sala. Expulsado y no puede volver a entrar sin el apoderado. Chao.

En fin. Yo por todo esto me atrevo a decir que Children of men es la mejor película para comprobar que tus ojos de fliméfilo sí cambiaron, y que sí estás viendo películas de manera distinta solo por el hecho de haberte reproducido. Porque ya entendiste lo que vale la vida de una guagua (tu guagua), y porque la guagua se transformó en el centro de tu sistema solar, ahora una historia donde la raza humana depende de uno de esos seres rechonchos y llorones te llega al alma como ninguna otra cosa.

Así que felicidades, pelmazos. Tenían razón.

Mi última recomendación es que vean Children of men si no la han visto. Y si es posible tengan una guagua, y unos meses después véanla de nuevo. Se van a acordar de mí y de todo el resto de los pelmazos.