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Imagen: César Mejías

Las exitosas cárceles donde los presos trabajan, hacen deporte y tienen tiempo libre

Noruega es conocida por tener las prisiones más amables del mundo. Además, su población de presidiarios es mínima y sus tasas de reincidencia también. Dakota del Norte está replicando el modelo, y los resultados parecen ser auspiciosos.

Por María Jesús Martínez-Conde | 2017-08-04 | 07:00
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Existen dos penitenciarías en Oslo, Noruega, que muchos han llamado “la utopía de las prisiones”. Allí los reclusos tienen cómodas habitaciones con televisión y baños privados, se levantan temprano, desayunan y dedican toda su jornada al trabajo: cuidado de animales de granja, manejo del ferry (una de ellas está en una isla), cocina, agricultura, encargado de invernadero o del aserradero. Durante el tiempo libre, estudian algún oficio para preparase para sus años de libertad, o bien, practican deportes como baloncesto, tenis o escalada. Luego, pueden reunirse en sus salas de estar a comer o ver televisión juntos, antes de volver a sus dormitorios.

Nadie llega aquí como regalo, sino después de haber pasado duros años en prisiones más tradicionales (aunque en Noruega todas tienen un tono más suave que las que conocemos en Latinoamérica) y de haber demostrado un buen comportamiento. Este modelo ha inspirado a autoridades en todo el mundo a humanizar sus prisiones. Hoy queremos mostrarte cómo en Dakota del Norte, Estados Unidos, el sistema está teniendo increíbles resultados.

Los presos con menor reincidencia del mundo

Si el filósofo francés Michel Foucault hubiese conocido alguna vez estas instituciones noruegas, jamás hubiese dicho que las prisiones son “el único lugar en el que el poder puede manifestarse de forma desnuda, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral”. En Bastoy y Halden no hay nada de excesivo, y probablemente sean de las prisiones más permisivas que existen en el mundo entero, incluso algunos medios las han llamado “agradables”, “placenteras” y “humanas”.

Bastoy está ubicada en una isla en los fiordos de Noruega, por lo que los reclusos pueden recorrerla a su antojo, sin riesgo de escapar… más que una cárcel, parece un pueblo rodeado de granjas. La habitan 155 presos que son vigilados por guardias que participan de sus actividades deportivas y sostienen conversaciones diarias con ellos. Por las noches, sólo un puñado de autoridades permanecen allí para vigilarlos, pues la ia de ellos vuelve a dormir a sus casas. autoridades permaneces alldades deportivas y sostienen conversaciones diarias con ellosmayoría de ellos vuelve a dormir a sus casas. "Tenemos algo que llamamos el 'principio de normalidad' dentro del sistema correccional de Noruega", explica Tom Eberhardt, el director de la prisión. Consideran que un día en esta prisión no debería ser demasiado distinto a un día fuera, y por ello se esfuerzan en crear una rutina de trabajo a los reclusos.

Si bien la mayoría de estos presos han cometido delitos muy serios, asesinatos o delitos sexuales, la pena máxima en Noruega para cualquier crimen no supera los 21 años, por lo que el tema de la rehabilitación es crucial. Todos los presos de Bastoy alguna vez estarán nuevamente en la calle (si es que no mueren antes), por lo tanto, urge que tengan un trabajo, se sociabilicen y así, tenga también una nueva oportunidad de vida.

Halden, por su parte, está ubicada al sur de Noruega, cercana a la frontera con Suecia, y está rodeada de bosques de abedules, pinos y arbustos de arándanos. La pared que rodea todo su perímetro no es doble, no tiene torres de seguridad, ni alambres de púa o cerca eléctrica. Para hacer del espacio un lugar agradable, se gastó un millón de dólares (unos 650 millones de pesos) en pinturas, fotografías e instalaciones que decoran los espacios.

La estrategia para que no exista desobediencia, es mantener a los presos ocupados desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche. Así, la violencia o los intentos de escape casi no existen, y se mantienen relaciones amables entre guardias e internos. Los castigos de reclusión solitaria son muy escasos y responden a actitudes reiteradas y muy fuera de norma. Además, todos sus guardias pasan por dos años de formación en una academia, donde se enseña que al recluso hay que motivarlo “para que su sentencia sea significativa, esclarecedora y rehabilitadora”, como apunta la revista Time.

¿Y todo este tratamiento amable tiene buenas consecuencias?

¡Sí que las tiene! Estas cárceles, unidas a los demás esfuerzos por mejorar la rehabilitación de los presos en el sistema, han logrado que la tasa de reincidencia criminal en Noruega sea de sólo un 20%, la menor del mundo, frente a un 77% en Estados Unidos (en un país con el impactante número de 2,2 millones de personas encarceladas) y un 71% en Chile. 

Y aunque a muchos les parezca un trato "injusto" y hasta absurdo con quienes pueden haber cometido terribles delitos, la verdad es que los datos hablan por sí mismos, está resultando una buena solución para combatir la delincuencia. Mejor que las cárceles tradicionales.

Dakota del Norte, trabajando por la inclusión

Por iniciativa de la Prision Law Office, varias autoridades de Dakota del Norte han visitado en los últimos años las prisiones de Oslo, con el objetivo de inspirarse a partir de la experiencia Noruega. Tal ha sido el impacto de esto, que después de su visita a Halden, Leann Bertsch –a cargo del Departamento de Correcciones y Rehabilitación de Dakota del Norte- acabó llorando al darse cuenta de la gran diferencia entre ambos sistemas: “estamos lastimando a la gente”, le comentó a su ayudante.

Hasta ese momento, ella se enorgullecía de las prácticas carcelarias en su estado, pero lo que ahora conocía estaba a un abismo de distancia. Fue entonces que decidió “poner en práctica nuestra humanidad”, señala.

Es cierto, Dakota del Norte cuenta con varias ventajas. Por ejemplo, su tasa carcelaria es de las más bajas del país (240 presos por cada 100 mil residentes), en total cuentan con sólo 1.821 presidiarios y además es un estado poco poblado (unos 750 mil habitantes). Obviamente, poner en práctica esta experiencia en este contexto, resulta más sencillo. Sin embargo, los índices de los últimos años no habían sido tan auspiciosos, pues el número de presos había aumentado en un 28%, lo que había obligado a construir un nuevo centro de reclusión.

Bertsch echó a andar su nuevo plan en una prisión con dormitorios modulares apodada “la Granja”, en que cada habitación no estaba tan equipada como en Halden o Bastoy, pero sí bastante cómoda. Los reclusos estaban ahí en general por crímenes menores o porque ya se acercaban al final de su pena.

Si antes usaban todos chaquetas naranjas (típicas de las prisiones gringas, si has visto Orange Is the New Black), ahora pueden usar ropa de calle, ganarse pases para salir a ver a sus familias o comprar algo, y también se creó un programa de trabajos reales, que puedan ser mantenidos una vez fuera de la institución. Además, es tal la tranquilidad del entorno que a algunos les costó dormir las primeras noches, ¡a causa del silencio! Duermen en camarotes, usando piezas y baños compartidos, pero esta falta de privacidad no es un problema, ya que están acostumbrados a altos índices de hacinamiento.

Al igual que en los casos noruegos, los castigos de segregación administrativa (dejar a un preso sin contacto con sus pares por mal comportamiento) se hicieron cada vez menos comunes. Y esto se debió también a una completa reevaluación de los desacatos, por ejemplo, ¿vale la pena recluir a alguien porque se tatuó o porque se niega reiteradamente a meter la camisa en su pantalón? Quizás, en estos casos, el castigo no se condecía con la falta. Entonces, éstas se acotaron a comportamientos o actitudes decididamente violentos o peligrosos para terceros. Además, el tiempo de segregación ahora es menor y va acompañado de terapia.

Gracias a toda esta transformación, la población de presos que ahora se encuentra en segregación es un tercio menor a la anterior, y han disminuido tanto la violencia como las amenazas contra el personal. Así, se ha creado un ambiente carcelario mucho más seguro (tal como también te contamos que sucedió en otro lugar de Estados Unidos, New Hampshire). Sin embargo, el cambio aún es incipiente y requerirá de mucho más trabajo, pues supone reemplazar un ambiente opresivo por otro colaborativo, donde a los guardias les salga de forma natural la conversación con un preso, y donde éste sienta que tiene posibilidades ciertas de reinserción tras su confinamiento, pues éste cumple una misión. Y si hablamos a nivel país, la tarea es mucho mayor.

En las últimas tres décadas, Chile ha visto un importante aumento de su población penal: por cada 100 mil chilenos, hoy existen 245 personas presas (un índice similar al de Dakota del Norte) y un total de 107.261 hombres y mujeres se encuentran actualmente tras las rejas. Si el día de mañana vuelven a estar libres, el 71% de ellos volverá a cometer ilícitos, lo que supone que la cárcel funciona casi como una escuela delictual, más que como un espacio de reinserción. Ejemplos como el de Oslo, y particularmente el de Dakota del Norte, donde los efectos de una reciente transformación ya están dando frutos, demuestran las positivas posibilidades de aplicar un cambio de paradigma en el sistema.

¿Qué cambios aplicarías en nuestro sistema carcelario?

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