A veces pienso, otras no tanto –La verdad sea dicha.– y es que mi actuar posee un algoritmo bastante sencillo: un motor de pura lógica gobernada, a ratos, por un reguero de emociones caóticas. “Química” –dice mi padre–. A mí más bien me aparece idiotez. ¿Por qué no puedo negarme? Ella podría llevar su mochila, son solo cinco cuadras y me ha tratado de amigo tres veces. Me parece ilógico ayudarla. Que la lleve ella.

–Aquí tienes tu…

–¡Gracias por venir a dejarme, nos vemos!

Evidentemente el trayecto es largo; los abrazos cortos. Es lógico que la ayude mañana.

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