El Antiguo vaga por el océano de arena montado en su mula, cargando tomos de cuero desgarrados por el sol y el viento. Solo en los caseríos encuentra un refugio temporal. La tradición dicta que es el anciano del lugar quien le debe hacer una ofrenda de oro líquido. Solo luego de este rito, el Antiguo relata sus historias, historias de la Tierra antes del tiempo, de grandes torres de brillantes que sostenían los cielos, de mulas mecánicas hambrientas de aceites y de gentes que vivían encerradas en pequeñas cajas luminosas.

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