Hacia el final del pasillo, mi abuela agoniza en cama.
No creo que sea normal. A donde voy, hay un ambiente extraño. Deambulo con temor, entre sombras que se alargan excesivamente al atardecer, con la sensación de que el invierno siempre está por comenzar: el frío, cuánto frío. Y la rapidez con que se cubren de polvo los muebles, y las telarañas que aparecen repentinamente, y el infatigable crujir de la madera a toda hora, no, no es normal: la casa va muriendo con mi abuela. Lo supe cuando, paseando por el jardín, sentí pena por la flor de cerezo.